Este método nace de la mano del teólogo y terapeuta familiar Bert Hellinger en los años 70, quien luego de un largo recorrido como misionero en diferentes tribus en África, regresa a Alemania integrando a las sesiones de familia y parejas ciertas lógicas utilizadas por estas tribus al momento de resolver los conflictos, gracias a la observación de diversas situaciones en comunidad, desde el cuidado de los más pequeños hasta las decisiones acerca de quienes pertenecen al grupo y quienes deben partir cuando se generan quiebres en la convivencia producto de comporamientos no acordes a los valores establecidos, Hellinger logró reconocer algunos principios comunes que a su vez resonaban con las experiencias de las familias, grupos y parejas “civilizados”.
Entonces se atrevió a experimentar y tomar esos ejemplos para ponerlos al servicio de las personas que llegaban a su consulta. Por ese tiempo, se comienzan a desarrollar las teorías sistémicas y las sabidurías de oriente, principalmente el Budismo, estaba generando cambios importántisimos en las perspectivas psicológicas, abriendo el espéctro del conductismo y el psicoanálisis hacia una mirada que incorpora la totalidad como concepto central en salud mental.
Con el correr de los años y cientos de sesiones grupales, Hellinger se convierte en un referente mundial de una metodología poco convencional a la postre de la sobreracionalización del siglo pasado, abriendo un mundo de profundas reflexiones de carácter existencial en torno al sentido del ser humano, la familia, los vínculos y el inconsciente familiar, un nido complejo desde donde nacen y se proyectan la mayoría de nuestros miedos, aprehensiones, inseguridades y opresiones que aparenetemente nos constituyen como individuos.
Es sobresaliente cómo gracias a las Constelaciones Familiares es posible reconocer los principios compartidos en las familias, en las tribus modernas, en las comunidades, como quieras denominarlas, esos valores que mueven y sintonizan a las personas para hacer pareja y, luego, familias, compartir un clan más o menos cerrado, más o menos permeable, más o menos saludable. Esos principios que son transmitidos de generación tras generación y más allá de la cultura, de alguna manera se podrían reconocer como guías para continuar el camino de la vida de una manera “correcta” y es bastante acertado decir que en el seno de nuestra familia de origen siendo niños y niños nos nutrimos con esos valores para ir pronto al mundo como adultos.
Sin embargo, estos valores que prometen traernos la felicidad, esas guias del paso a paso para ser adultos y lograr el éxito, en contadas ocasiones funsionan al pie de la letra, generando desasosiego en algún momento del camino y a veces coincide con una crísis de pareja, un despido en el trabajo, la enfermedad de un hijo, una situación que nos saca de la ruta diseñada en aquellos primeros años de vida y nos cuesta comprender cuál es la causa de ese tremendo embrollo, nos preguntamos qué hemos hecho mal si hemos seguido las reglas, cómo llegamos a ese estado de ansiedad, en qué momento pasaron 5 años en un trabajo bajo una jefatura violenta, en una abrir y cerrar de ojos ya son 10 años en un matrimonio infeliz, de pronto llegó el diagnóstico de esa enfermedad que nunca imaginaste tener. Y la nube se instala sobre tu vida.
Sucede que en nuestro desarrollo, desde la experiencia perinatal hasta los 6 años posterior al nacimiento, vivimos millones de experiencias vinculares que son la base de nuestra manera de organizarnos internamente provocando una cascada de sensaciones agradables y desagradables, justamente son estas últimas las que en esos momentos de crisis en la vida adulta vuelven a la superficie de nuestra experiencia, pero son inconscientes y dolorosas, por eso son tan complejas de abordar. El sufrimiento radica en que esas sensaciones desagradables fueron provocadas por quienes amamos cuando niños y niñas, nuestra madre y nuestro padre -esto no se diferencia del conocimiento de la psicología, la psiquiatría, el psicoanálisis, el busdismo, etc.- Esas personas que nos debieron cuidar, al igual que en cualquier tribu desde tiempos remotos los grandes cuidan a los pequeños para la continuidad de la vida, no pudieron darnos ese cuidado.
Cuando esa falta de cuidados se repite una y otra vez durante esos primeros años de vida se generan traumas. Esto es clave, la repetición es la característica de todo aprendizaje para consolidar un camino neuronal se requiere de repetición y tiempo. Cuando por años ante el llanto de un bebé, el silencio es la manera de responder de una madre ese bebé se convierte en un adulto que podría tener graves dificultades para establecer una relación laboral, una comunicación con su pareja, límites con sus hijos, porque una parte de él se congeló luego de años de recibir respuesta. Sin embargo, no es sólo ese bebé quien sufre, también su madre viene con un sufrimiento, quizás similar, quizás muy distante. Una madre que no cuida, no ha sido cuidada.
Ese sufrimiento es una sufrimiento compartido, probablemente se seguirá compartiendo en ese clan familiar, transformandose en un valor para esa familia que se manifiesta de millones de maneras distintas, tantas como familias existen porque ninguna familia vive el silencio de la misma manera.
Es aquí cuando las Constelaciones Familiares vienen a ordenar ese flujo de vida que se perdió en algún eslabón de la evolución de ese clan dejando un congelamiento transgeneracional, en base a leyes sistémicas que no sólo rigen a una familia determinada, sino a la Vida, que son la Pertenencia, la Jerarquía y el Equilibrio entre dar y recibir, estas son las bases para que el Amor que es la fuerza que mueve la Vida siga su curso de manera saludable.